viernes, 4 de abril de 2014

El día que lloré.

           Y aquella tarde lloré. Lloré durante horas. Lloré por ti y lloré por todas las cosas que me habían hecho daño y a las que no había dedicado tiempo.
Sentía una presión en el pecho que no me dejaba respirar. Dolía tanto que ni podía tener los ojos abiertos. Hecha un ovillo en el sofá de mi salón en penumbra las lágrimas no dejaban de salir.
Me sentí desdichada, infeliz, débil, sola. Ahí sólo estábamos mi tristeza y yo. El único sonido era el de mi propio dolor. En ese momento ya no importaba nada. No había salida. Nada tenía sentido. ¿Para qué seguir? La agonía estaba ganando terreno. Me estaba dejando arrastrar hacia la oscuridad. ¿Volvería a sonreír? ¿Volvería a sentir alegría?... Claro que sí. Al final siempre hay que volverse a levantar. Hay que ser más valiente que la vida misma. La cabeza bien alta. Ser mejor persona que ayer. Y únicamente por uno mismo, por nadie más.

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